Aceptar o no aceptar

Micah Pederson
Soy madre de dos hijos biológicos y de muchos niños en acogida. Mi marido y yo llevamos casados tres años. Nuestro hogar de acogida es un hogar especi...

Como madre de varios niños con necesidades médicas y discapacidades, me gusta pensar que nunca me rindo.
Me he convertido en una luchadora -una mamá oso- y estoy dispuesta a enfrentarme a cualquiera que intente poner límites injustos a mis hijos y a sus capacidades, oportunidades y calidad de vida.
No acepto un no como respuesta cuando se trata de mis hijos y de lo que quieren, necesitan y tienen derecho como seres humanos llenos de un valor incalculable.
Sin embargo, en medio de toda esta perseverancia y defensa, una cuestión difícil a la que me he enfrentado recientemente es la siguiente: ¿Qué hago cuando la respuesta es *no* y no puedo cambiarla por mucho que yo o mi hijo queramos?
Este tipo de escenario es doloroso incluso para permitir que mi mente piense.
Y, sin embargo, a veces forma parte de la realidad para mí, mis hijos y nuestra familia.
Por mucho que me gustaría poder cambiar absolutamente todo por mis hijos, hay ciertas situaciones o circunstancias que sencillamente no puedo alterar -al menos no en este momento- por mucho que luche o por mucho que me comprometa.
¿Qué nos queda por hacer? Mi terapeuta (si usted es un cuidador y no ve a un terapeuta o consejero, no puedo recomendarlo lo suficiente) recientemente compartió conmigo una perspectiva sobre la aceptación.
Explicó que la aceptación es precisamente eso: aceptar lo que no podemos cambiar.
La realización esencial cuando se trata de la aceptación es todo lo que la aceptación no es y no puede ser.
No es aprobar lo que está sucediendo. No es ceder. No es estar de acuerdo.
Como madre, debo asumir el papel único y sagrado de modelar la aceptación de mis hijos y, al mismo tiempo, guiarlos hacia adelante sin rendirme ni ceder.
Juntos, aceptamos sus diagnósticos lo mejor que podemos.
Juntos, a veces tenemos que aceptar la falta de opciones disponibles para la atención sanitaria o las terapias, aunque sólo sea durante una temporada de la vida.
Otras veces debemos aceptar los inconvenientes de adaptaciones que no están a la altura de la experiencia que mi hijo merecía.
Al mismo tiempo, la aceptación nunca es nuestro hábito ni nuestra norma.
La aceptación no es algo que tomemos a la ligera o sin explorar todas las opciones.
Pero a veces, la aceptación no puede evitarse si queremos seguir avanzando.
Mis preciosos hijos deben enfrentarse a algunas realidades angustiosas sobre sus cuerpos, sobre su comodidad, sobre la sociedad, sobre sus futuros... sobre muchas cosas.
Pero por cada dificultad que no podemos cambiar y, por tanto, debemos aceptar, hay cientos de cosas que sí tenemos el privilegio de negarnos a aceptar y por las que debemos trabajar hasta que llegue el cambio.
Se necesita sabiduría para discernir cuándo la aceptación es la única opción que queda y cuándo no lo es.
Que nosotros, como cuidadores, estemos dispuestos a no aceptar nunca lo que nosotros u otros podemos cambiar y a aceptar con gracia lo que no podemos, tal vez con la esperanza de que algún día podamos hacerlo.